Me pidió un café con leche, sin duda caminé hacia la cocina y apuñalé mi brazo izquierdo sin siquiera pensarlo.
No me dolía, no me duele, era superior e imperioso el sufrimiento de mi alma.
El cuchillo de la cocina parecía afinado pero mi cabeza estaba más enajenada y afilada que todo lo demás.
Pedí disculpas a los gritos y lloré incansablemente hasta no dar más para que llamara a la psicóloga, psiquiatra o a emergencias psiquiátricas-valga la redundancia-de OSDE. Pero mamá no hizo caso, me dejó pataleando dentro de mi última llamada de auxilio y sobredosificandome con clonazepam.
Las Pascuas de resurrección fueron todo lo contrario para mi.
Me desperté y al parecer todo normal, hasta que me agarró una, y otra y otra crisis de angustia. Decidí comunicarme con Romina, mi psicóloga, como mencioné antes, era día feriado. El mensaje de texto enviado decía NECESITO HABLAR CON VOS.
Acto seguido la llamé y le conté el episodio pasado la noche anterior y se hizo responsable, o eso creo de la situación.
En media hora se hizo presente el móvil código rojo. La doctora me evaluó, me dio dos sedantes y decidió llamar con urgencia a un psiquiatra para que me observara, y diagnosticara, este último barajó las posibilidades -Las cuales no eran muchas-. Me dijeron prepará una muda de ropa que nos vamos. ¿Diagnóstico? No lo se, es secreto profesional pero me derivaron a la famosa clínica psiquiátrica de Recoleta, y es aquí donde permanezco.
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